Las tres cohabitaciones

José Ignacio Hernández G. / 04-09-2022

Querer gobernar es tener ganas de ser responsable del llover y del no llover

Macedonio Fernández. Cuaderno de todo y nada

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El secretario de la Organización de Estados Americanos, Luis Almagró, publicó un artículo en el cual reflexionaba sobre la cohabitación política en Venezuela. Al comentar esta propuesta, recordé que desde 2016 se han ensayado, infructuosamente, tres intentos por crear instancias de co-gobierno basadas en el pluralismo político, como condición necesaria para avanzar en la reconciliación nacional, que, para ser duradera, debe asentarse un sistema de justicia transicional centrado en las víctimas. 

En días pasados, el secretario Almagro volvió sobre este tema. En estas oportunidad, cuestionó dos visiones extremas: la continuación de lo que está, o borrar todo para empezar de nuevo. Como está el país desde hace tiempo -escribe- “la disputa por el todo se ha reducido a una lucha por “toda la nada”.

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Las reflexiones del secretario Almagro aluden a la cohabitación -o convivencia pacífica- entre “Gobierno y oposición”. Es a esa convivencia pacífica a la que han apuntado las soluciones institucionales propuestas desde 2016. Pero en realidad, hay otras dos cohabitaciones -incluso más importantes- que la primera. 

La cohabitación entre “Gobierno y oposición” es externa, pues ella opera ad extra:  es la cohabitación entre un grupo que se cataloga como Gobierno y otro que se cataloga como oposición. Pero hay también otras dos cohabitaciones, que sin internas y que llamamos ad intra: es la cohabitación dentro del Gobierno y dentro de la oposición. 

Desde 2013 Venezuela ha descendido, vertiginosamente, en un proceso de pérdida de capacidad estatal. Por ello, de acuerdo con la OECD, la fragilidad política en Venezuela se compara, por ejemplo, con la situación de Eritrea y Sudán del Sur.  El colapso, por supuesto, no ha sido solo del Estado, sino de todas las instituciones políticas, incluyendo lo que antes se conocía como “Gobierno y oposición”. 

Comencemos por el Gobierno, expresión que alude no solo al régimen de Nicolás Maduro, sino en general, al PSUV, el Gran Polo Patriótico y, en fin, lo que antes se llamada chavismo. ¿Existe un bloque cohesionado que pueda ser calificado como Gobierno? La respuesta es negativa. Episodios como la elección en Barinas evidenciaron tensiones entre el “madurismo” y el “chavismo”, lo que también queda en evidencia con la persecución de ciertos factores relevantes del chavismo. Un elemento que puede explicar estas tensiones es la investigación iniciada por la Fiscalía de la Corte Penal Internacional, que solo abarca a ciertos miembros de la élite -verdadera franquicia criminal- del régimen de Maduro. 

La situación es la oposición podría ser incluso peor (pues, en suma, los conflictos políticos en el seno de la oposición no pueden solucionarse con técnicas criminales, como sucede con el Gobierno de facto). Habría que hablar así, de las “oposiciones”. Por un lado, están las oposiciones representadas en la cuarta y quinta legislaturas de la Asamblea Nacional. Luego están las oposiciones en el seno de la cuarta legislatura, que se han enfrascado recientemente en disputas políticaspor el control de activos externos, al punto que hay una oposición, dentro de la oposición, al Gobierno Interino: en diciembre de 2021 fue la oposición -no Maduro- la que pidió desaparecer al Gobierno Interino. Las anunciadas primarias dentro de la oposición, lejos de fomentar la unidad, podrían exacerbar la división. Pues la falta de unidad no responde a un problema de organización sino de confianza. 

¿Cómo lograr la cohabitación entre “¿Gobierno y oposición”, sino es posible asegurar siquiera la cohabitación en el “Gobierno” y en la “oposición”? El problema principal para resolver -por mi experiencia no solo académica, sino también práctica- es la desconfianza, que opera no solo horizontalmente (entre el “Gobierno” y la “oposición”), sino fundamentalmente, a nivel vertical (en el “Gobierno” y en la “oposición”). 

Lograr estas tres cohabitaciones -en el sentido de convivencia pacífica basada en la centralidad de las víctimas y en la justicia transicional- es una tarea compleja y esencial. Ello justifica repensar los esquemas de co-gobierno propuestos entre 2016 y 2020, que creo, hoy lucen inviables. Es necesario idear soluciones instituciones a un problema que es relativamente nuevo y que, con el tiempo, tenderá a agravarse: la dispersión en el “Gobierno y la oposición”, al punto que hoy resulta casi imposible interpretar a Venezuela desde ese binomio.